lunes, 7 de abril de 2014

Don Gustavo Rodríguez, el histrión, el padre, el ser humano

Gustavo Rodríguez un actor como pocos, integral, orgánico, apasionado por su quehacer, un observador nato, cuya voz brillaba en cualquier escenario teatral o televisivo.
Como actor tuve la grandiosa oportunidad de trabajar junto a él en siete producciones televisivas, en Boves el Urugallo yo empezaba, él siempre fue inmenso pero humilde y solidario, posteriormente coincidimos en Paez y la Mujer sin rostro en el Canal ocho. Posteriormente en La Fiera, Estefanía y algunos capítulos de La Dama de Rosa en RCTV. Años después en El País de las mujeres y en la última que trabajamos juntos fue en La Vida Entera de Leonardo Padrón, Gustavo encarnó a un hombre que por una traición devastadora llega a la calle y se vuelve entrañable de mi personaje: un recogelatas.

También conocí su faceta humana de padre dedicado, preocupado por el porvenir y formación de sus hijas, quienes hoy son dignas herederas de su talento y su don de gente, ellas se destacan en la escritura, el canto, la poesía y la actuación.

Es difícil decir “el show debe continuar” resulta manido, un lugar común sin lugar cuando se habla de un ser humano como él. Nuestra pantalla se volvió más pequeña con su partida física, no se puede explicar lo que siente nuestro gremio y lo que nosotros perdimos como personas.

A pesar de no ser amigos tan cercanos, él siempre estaba más allá del frío del estudio, en un café, en una sonrisa franca. Últimamente nos habíamos encontrado en otro escenario, uno en el que ni él, ni yo estábamos actuando, su hija Grecia Augusta y mi hija Gabriela participaban en un jamming poético, fue un momento especial y recordé que “nuestras niñas” también coincidieron en unas revistas de 1997 cuyo tema era el día del padre.  Alegres y enorgullecedoras coincidencias, los verdaderos galardones de nuestra vida.

Confieso que no fui a verlo a la clínica porque quería verlo actuando de nuevo.

Gustavo Rodríguez vive en el imaginario colectivo, en los recuerdos de cada venezolano que disfrutó de sus grandiosos trabajos, de sus matices y de su verosimilitud. Lo despedí con dolor, con amor y con un aplauso como se despide a los grandes.


Pedro Durán y Gabriela Durán